Karel Capek- robots y distopía de un autor desconocido

Problemáticas como el auge del nacionalismo, el fanatismo religioso o la devastación del capitalismo voraz se pueden leer en presente en sus obras, que dan buena cuenta de su momento histórico



Borja Fernández 


Hace ya unos meses, Iker Seisdedos (periodista de El País) preguntaba a Margaret Atwood en una entrevista para el periódico si creía que la IA haría redundante el trabajo del escritor. En resumen su respuesta fue que esta era una duda que se venía planteando desde que la ciencia ficción diera por imaginar la capacidad de seres artificiales para realizar tareas supuestamente reservadas al humano en exclusiva. El caso es que en su explicación mencionaba varias obras y, entre ellas, la que, según aprendí al buscar más información, ostenta el honor de haber sido la que había acuñado el término robot para la posteridad: R.U.R. (Robots Universales Rossum).




La curiosidad me llevó a averiguar más sobre aquel título y su autor. Principalmente por tratarse de una obra de teatro, ya que no se prodigan demasiado las recomendaciones teatrales ni siquiera en las páginas de cultura de los medios. Pero también por el hecho de que una obra literaria publicada en 1920 y de la que nunca había oído hablar hubiera acuñado un término como robot, con todas las implicaciones que la palabra tiene en el presente. Convencido por este hecho simbólico, fui descubriendo más acerca del autor y he pensado que merecía la pena poner negro sobre blanco algunas de las cosas que descubrí y las conclusiones que he sacado de la lectura de R.U.R. y dos de sus novelas, que también reseño más abajo.

Antes de nada, una pequeña introducción

Tampoco había oído hablar nunca de su autor: Karel Capek. Entre lo más destacado de su biografía citaré su nacimiento en 1890, pues su vida (y obra) se vería marcada, aún sin llegar a combatir debido a problemas de salud, por la I Guerra Mundial. Murió en el 38, por lo que sufrió en sus propias carnes las consecuencias del ascenso del nazismo, pero no llegó a conocer la II Guerra Mundial. Siempre interesado en la política (con solo 15 años le echan del instituto por pertenecer a un club ilegal anarquista tal y como él reconocería más adelante), estudió filosofía y estética, inició su carrera de escritor como periodista, y mantuvo un contacto muy cercano durante toda su vida con los padres políticos del nuevo estado checoslovaco. Ateo, enemigo y crítico con los nacionalismos, también fue perseguido por el régimen nazi. Renunció a huir de su país tras la ocupación y murió de una neumonía derivada de las pésimas condiciones en las que vivía, huyendo de la persecución. Dicen que murió dos semanas antes de que lo mandaran arrestar, pues era considerado el enemigo público número dos del país ocupado. Su hermano, el enemigo público número uno, murió en un campo de concentración.

 


Y menciono aquí a su hermano porque también es importante en la historia de R.U.R. (y, por tanto, de la palabra robot). Resulta que Karel había pensado originalmente utilizar la palabra labori, pero fue su hermano Josef quién al parecer le convenció de que robot era una opción “menos académica”.

Por una parte fue extraordinario descubrir que Josef Capek fue un reconocido ilustrador y pintor de su época, del que os invito a descubrir más en este enlace donde se pueden ver algunas de sus obras.



Y para mayor sorpresa, resulta que la palabra checa de la que deriva es robota, que significa trabajo forzado. Tanto arbeit (trabajar en alemán) como robota provienen de la raíz indoeuropea orbh-: huérfano, sirviente y labor o trabajo. Bendita y retorcida etimología.

R.U.R.: Robots y poco más

Puede que debido a la ilusión con la que empecé a leerla, por culpa de todo lo que había descubierto antes de tenerla en mis manos, supuso una lectura un tanto decepcionante. Más allá de la curiosidad histórica de ser la que acuña el término robot para su uso en la posteridad, el autor no indaga mucho más en lo que supone la robótica para la relación del ser humano con el trabajo. Es una obra un tanto repetitiva en la que todo lo importante ocurre “por detrás” prácticamente hasta las últimas líneas del epílogo en las que sí hay algo de intensidad narrativa. Esto de que el lector se entere de lo que está ocurriendo a través de un diálogo en el que se cuenta lo que “les han contado”, “han visto” o “dicen los periódicos” hace que los personajes carezcan de profundidad y la trama carezca de acción. También me resultó un tanto machista.

A estas alturas el spoiler es inevitable. (No leas este párrafo si no quieres que te la destripe). La única mujer de la obra, Elena, es la que provoca el fatídico desenlace. Todo se va al garete porque manipula a un hombre para que haga lo que ella quiere: otorgar alma a los pobres robots por los que nadie más en el mundo tiene la más mínima preocupación ética ni estética. Vamos, una especie de Eva steampunk. Vaya con Capek, repitiendo el dogma bíblico de que la mujer es la causante de la infelicidad del ser humano.


A pesar de todo sería injusto decir que R.U.R. no me aportó nada. Muy al contrario de hecho, porque resultó que la única edición que encontré en la biblioteca de mi barrio (me agrada confesar que soy un firme defensor del uso de las bibliotecas públicas) incluía dos obras de Capek: R.U.R. y La Fábrica de Absoluto. Y esta última ha sido todo un descubrimiento. Es una obra que originalmente se publicó en forma de entregas periódicas allá por 1922 cuando el género pulp estaba empezando a popularizarse. En este punto cabe mencionar que ambas novelas, esta y La Guerra de las Salamandras, tienen más cosas en común además de ser fascículos. Y es que parecen seguir un patrón: la primera parte se lee casi como una novela de aventuras cómica con una visión positiva y casi ingenua del progreso, pero deriva en una segunda parte que se limita a describir hechos casi como si se tratara de un cronista y con un tono humorístico más desencantado y catastrofista. En el caso de “La Guerra de las Salamandras”, el segundo capítulo de la segunda parte acaba empantanando bastante la lectura.

La Fábrica de Absoluto: la catástrofe del capitalismo voraz es de risa

La sinopsis de La Fábrica de Absoluto es sencilla: un ingeniero inventa un carburador que extrae toda la energía de cualquier cosa que se quiera utilizar como combustible, haciéndolo extremadamente eficiente. Hasta el punto de que con un trozo de carbón o madera se podría mantener una fábrica entera en funcionamiento durante varios meses. La única inconveniencia parece ser que, a cambio de extraer toda su energía, el carburador libera el potencial divino de aquello que quema y provoca en todas las personas que se acercan estados de éxtasis, alucinaciones y una fé irrebatible en Dios. Con esta premisa construye una sátira hilarante sobre la lógica devastadora del capitalismo y la ceguera del fanatismo religioso.

El autor destila en la obra un humor que podría considerarse casi como precursor del estilo de los Monty Python. La influencia de los acontecimientos mundiales del momento es indudable en cada página, y la historia está plagada de caricaturescos personajes que representan cada uno todo lo que para Karel Capek está mal en el mundo. El nivel de detalle en el que incurre para rellenar fascículos de su obra genera además un libro con capítulos enteros dedicados a desarrollar pormenorizadamente los catastróficos efectos del uso indiscriminado del nuevo descubrimiento, y la fanatización nacionalista y religiosa consecuente. Aunque en La Guerra de las Salamandras (novela de 1936 que luego reseñaré también) abusa de este nivel de detalle llegando al punto de aburrir, en el caso de la Fábrica de Absoluto cada capítulo parece necesario e indispensable, y se convierte en una historia dentro de la historia que aporta riqueza y acción a la novela. Está escrito con tal maestría que en ningún momento llega a ser monótono ni a perderse el sentido de la historia. Sin duda es una lectura más que recomendable.

Imaginaros mi emoción al descubrir semejante joya. Tenía que seguir leyendo a este misterioso escritor que, pese a haber sido nominado en varias ocasiones al premio Nobel de literatura, a nuestros tiempos ha llegado sin pena ni gloria. A pesar de que su apoyo al gobierno republicano le dio cierta repercusión en España, la victoria del fascismo tras el golpe de estado corta en seco las ediciones directas de su obra en España (aunque no las traducciones a partir de terceros idiomas como el francés o el inglés). De hecho la edición más antigua que he podido encontrar de La Fábrica de Absoluto es de 2003, más de 80 años después de que se publicara en su idioma original. La Guerra de las Salamandras por su parte, fue traído a españa por Bruguera en 1981. La versión que yo leí es esta fantástica edición de Gigamesh (sí, la misma que trajo Juego de Tronos).

La Guerra de las Salamandras: un descontrol reconocible

Es una novela un tanto más larga que la anterior, y también publicada originalmente en entregas en el periódico checo “Lidové Noviny”. En esta ocasión es una sátira del colonialismo que deriva en evidente ridiculización del nazismo. Otra maravilla de lectura, tal vez no tan punzantemente cómica pero muy disfrutable. Cuenta la historia de un marino que en un isla del sureste asiático descubre una especie inteligente de salamandras con las que logra interactuar. Al principio consigue un fructífero acuerdo por el que a cambio de armas para defenderse de su depredador principal, el tiburón, ellas le consiguen suculentas perlas. Poco después, gracias a la intervención de un conserje, el marino le vende la exclusiva de este descubrimiento a un empresario que encuentra la forma de mercadear con la mano de obra de las salamandras, capaces de cualquier tipo de ingeniería bajo el mar y en zonas de costa. El abuso de este descubrimiento, que implica cambios estructurales incluso en la formación de las islas y los continentes, y la expansión territorial de estos animales debido a su gran natalidad, desbarajusta el mundo en todos los sentidos. Los trabajadores humanos convocan huelgas por el desempleo a causa de la mano de obra barata de las salamandras; grupos animalistas piden derechos iguales para las salamandras; cada país reclama las salamandras como suyas llegando al absurdo incluso de considerar unas salamandras superiores a otras dependiendo de donde se hayan asentado sus últimas generaciones; se crean ejércitos nacionales a base de salamandras; y mil barbaridades más que ni recuerdo. En fin… un descontrol bastante reconocible.

En definitiva es otra novela con una lectura muy actual. Lo único malo es la segunda parte, en concreto el segundo capítulo, en el que se tira 30 páginas relatando hechos inconexos basándose en artículos científicos y periodísticos conservados por uno de los protagonistas (que están citados en pies de página que ocupan casi cada cara). Entiendo que hay que valorar la creatividad de Capek para hacer esto, pero llega a aburrir por lo absurdo que resulta. Si te saltas esta parte, aunque tal vez haya quien la disfrute tanto como el resto del libro, no puedo dejar de recomendar esta novela que la propia editorial Gigamesh califica como “la primera gran novela catastrofista de la ciencia ficción”.

Un escritor relevante y actual

En todos los sitios donde he leído sobre él limitan su influencia al periodo anterior a la guerra. Si bien es cierto que muere en el 38, por lo que es comprensible que estos medios se refieran solo a ese periodo, sus novelas tratan temas indudablemente muy actuales. Al mismo tiempo que problemáticas como el auge del nacionalismo, el fanatismo religioso o la devastación del capitalismo voraz se pueden leer en presente, también nos dan buena cuenta de su momento histórico. Su peso literario e ideológico no se limita al uso de la palabra robot, como se extrae de la lectura de estas obras. Por esta razón, con el permiso de Kafka y Kundera, destacaría la figura de Karel Capek como una de las más relevantes de la literatura del país centroeuropeo.

Si queréis indagar más sobre las tres obras (y una extra que se titula La Krakatita y que espero poder leer también pronto) os dejo debajo enlaces a las maravillosas reseñas de Manuel Rodríguez Yagüe para Cualia, que me ayudaron no solo a decidirme por leerlas sino también a escribir este artículo sobre el autor.


"La guerra de las salamandras" (1936), de Karel Čapek - Cualia.es

"La fábrica de Absoluto" (1922), de Karel Čapek - Cualia.es

"La krakatita" (1924), de Karel Čapek - Cualia.es

"R.U.R." (1921), de Karel Čapek - Cualia.es





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